lunes, 15 de febrero de 2010

caracteristicas estimulo temprano



En general, estimular al bebé implica:

- Promover que las condiciones fisiológicas, educativas, sociales
y recreativas sean adecuadas

- Orientar el espíritu de curiosidad y observación del
niño

- Favorecer la adaptación al ambiente

- Desarrollar el control postural, practicando con ejercicios de psicomotricidad
gruesa y fina

- Practicar actividades lúdicas y de socialización

A continuación se presenta una breve y general visión de las
áreas básicas del desarrollo y algunos de logros más importantes
a los que llega el niño típico en su primer año de vid


COGNICIóN

El recién nacido normal y saludable es increíblemente competente.
Nace con sus sentidos funcionando y con capacidad de aprender y desarrollar
el lenguaje, por lo que es capaz de afectar su medio ambiente y reaccionar ante
él desde el nacimiento.
De acuerdo con Piaget, durante los dos primeros años de vida el infante
experimenta el mundo básicamente por medio de sus órganos sensoriales
y de la motricidad. De ahí que haya designado a esta etapa "sensoriomotríz".
En ella el pequeño pasa de responder en forma refleja y azarosa a interactuar
con el ambiente de una manera propositiva y organizada, generalizando conductas
a nuevas situaciones, anticipando y coordinando aprendizajes nuevos y antiguos.
Esta etapa se divide en subetapas.

Mencionamos únicamente las correspondientes al primer año de
vida:

a) Uso de reflejos (primer mes de vida). Los infantes ejercitan los reflejos
innatos y ganan cierto control sobre su cuerpo; no coordinan la información
proveniente de sus sentidos, ni intentan tomar un objeto frente a ellos.

b) Reacciones circulares primarias (uno a cuatro meses). Los infantes repiten
conductas placenteras que ocurren por casualidad la primera vez; las acciones
se centran en el efecto en su propio cuerpo más que en los efectos en
el ambiente, y empiezan a coordinar la información sensorial.

c) Reacciones circulares secundarias (cuatro a ocho meses). Los infantes se
interesan en el ambiente, repitiendo acciones que dan resultados interesantes.
Las acciones se vuelven intencionales aunque en un principio no hayan tenido
un propósito. Se logra una permanencia parcial del objeto, pues los bebés
ya buscan un objeto parcialmente escondido.

d) Coordinación de esquemas (de los ocho a los 12 meses). La conducta
es más propositiva al coordinarse todos los esquemas previamente aprendidos;
ya utilizan conductas aprendidas para alcanzar metas, anticipan los eventos
y la permanencia del objeto se sigue desarrollando. En esta subetapa los bebés
buscan un objeto que se les ha escondido, pero solamente en el lugar donde lo
había encontrado, a pesar de haber visto que se cambiaron de lugar, es
decir, insisten en buscarlo donde ya lo han encontrado.

En esta etapa el bebé alcanza logros importantísimos a nivel cognitivo,
tales como el inicio de la permanencia del objeto, concepto mencionado cuando
describimos las subetapas del periodo sensoriomotriz, y que implica saber que
un objeto existe y está presente aún cuando no podamos verlo.
Esto se desarrolla paulatinamente, de tal forma que, por ejemplo, el niño
comprende que su mamá está ahí aún cuando esté
fuera de su vista, y por lo tanto, tolera su ausencia en forma más calmada.
La permanencia del objeto también ayuda al niño a darse cuenta
de que las cosas y personas están separados de sí mismo, e interviene
en la comprensión de conceptos de espacio y tiempo.
La comprensión y reconocimiento de la causalidad es otro concepto que
inicia su aparición en la etapa sensoriomotriz, de tal forma que el niño
empieza a notar que sus acciones provocan ciertos efectos o resultados.

SOCIALIZACION

La socialización es un proceso permanente que se conforma de dos vertientes
complementarias que son la adaptación a las normas, hábitos, pautas
de conducta y valores culturales del grupo al que se pertenece (socialización)
al mismo tiempo que el individuo desarrolla su identidad, autoconcepto y autoestima
(individuación). En la infancia, la socialización debe propiciar
mecanismos de adaptación del individuo a su medio social. Poco después
de nacer, los bebés muestran interés, angustia y disgusto; en
los meses siguientes empiezan a expresar cólera, alegría, sorpresa,
timidez y miedo, y alrededor de los ocho meses, la mayoría de los bebés
tienen miedo a los extraños. La sonrisa se desarrolla por etapas. En
un inicio refleja sensaciones placenteras, resultado de la actividad del sistema
nervioso central; alrededor del primer mes las sonrisas se hacen más
frecuentes y cerca del tercer aparece la sonrisa social que es más amplia
y de más duración.
Durante los primeros meses de vida del bebé, los padres invierten gran
cantidad de tiempo y energía, tratando de comprender sus diferentes estados
y necesidades. Algunas veces quieren hacerlo dormir cuando no lo necesita; en
otras, tratan de alimentarlo cuando está excesivamente somnoliento, y
la mayor parte del tiempo intentan calmar a un bebé que llora y cuyo
llanto, la mayoría de las veces, es más molesto que grave. Al
respecto, los padres reciben infinidad de consejos. Los resultados de las investigaciones
de Ainsworth, recomiendan a los padres ayudar al bebé que llora, ya que
así adquiere más seguridad en sí mismo, una "confianza
básica" en términos de Erikson, pues se da cuenta de que
puede afectar su medio ambiente y de que satisfacemos sus necesidades. Dichas
investigaciones revelaron que al final del primer año de vida, los bebés
que habían sido calmados con suavidad y ternura, lloraban menos y se
comunicaban más en otras formas, en tanto que los bebés ignorados
o castigados, lloraban con más frecuencia.
En los primeros 18 meses los niños necesitan desarrollar un sentido de
qué tanto son confiables las personas que los rodean, qué tanto
sus necesidades básicas serán satisfechas, etc. y requieren también
un equilibrio entre la confianza básica que les permite relaciones cercanas
con las personas que significan algo en su vida, y la desconfianza que les permite
protegerse a sí mismos, usando la terminología de Erikson.
Las respuestas emocionales de los infantes siguen con frecuencia patrones que
persisten a través de los años, lo que indica que el temperamento
básico es innato. En 1984 Thomas y Chess estudiaron nueve aspectos del
temperamento que se manifiestan muy pronto después del nacimiento y que
tienden a permanecer estables a lo largo de la vida:

1. Nivel de actividad. Qué tanto y con qué frecuencia se mueve
una persona

2. Ritmicidad o regularidad. Predictabilidad de las funciones biológicas
(como apetito, sueño y eliminación)

3. Aproximación - retiro. Con qué disposición acepta a
personas y situaciones nuevas

4. Adaptabilidad. Con qué disposición una persona acepta las
transiciones, como el cambio a una nueva actividad

5. Umbral sensorial. Sensibilidad a los estímulos físicos como
el ruido, luz y tacto

6. Calidad del temperamento. Si el estado normal de una persona es placentero
y jovial o sombrío y poco amistoso

7. Intensidad. Qué tan fuertes son las respuestas de una persona (intensidad
de la risa, fuerza del temperamento)

8. Capacidad de variación del temperamento. Si una persona cambia de
conducta fácil o rápidamente como respuesta a los estímulos
externos

9. Persistencia del periodo de atención. Durante cuánto tiempo
puede persistir una persona en una actividad y cuánto dura su atención
al enfrentar obstáculos.1

Las características de temperamento de un bebé que lo hacen diferente
a los demás, determinan en gran medida la manera en que será tratado
y atendido, la ansiedad que genera en su mamá, etc., y lo ubican en una
de las tres categorías de patrones temperamentales identificados por
Thomas y Chess:

1. Niños fáciles. Generalmente se muestran felices, regulares
en lo referente a su funcionamiento biológico y capaces de aceptar con
facilidad nuevas experiencias

2. Niños difíciles. Generalmente se muestran irritables, difíciles
de complacer, irregulares en su funcionamiento biológico y con tendencia
a expresar sus emociones de manera más fuerte

3. Niños pasivos (difíciles de entusiasmar, poco afectuosos).
Con tendencia a reaccionar en forma apacible y necesitan más tiempo para
adaptarse a personas y situaciones nuevas.


PSICOMOTRICIIDAD Y SENSOPERCEPCIóN

El desarrollo motriz depende de la maduración de patrones de conducta
predeterminados biológicamente y basados en dos principios llamados:

Cefalocaudal, que afirma que el desarrollo procede de la cabeza a las partes
bajas del cuerpo, lo cual quiere decir que los infantes controlan primero las
partes superiores del cuerpo antes que las inferiores; y el proximodistal, según
la cual el desarrollo tiene lugar de la parte central del cuerpo hacia las partes
externas, es decir, procede del centro a afuera, de tal forma que los infantes
primero controlan los brazos y muslos, más cercanos al eje central del
cuerpo, después los antebrazos y piernas, posteriormente manos y pies
y finalmente los dedos.

En los primeros meses de vida, el bebé actúa mediante conductas
reflejas, es decir, respuestas automáticas e involuntarias a estímulos
externos, que parecen tener funciones de protección y sobrevivencia.
Los reflejos primitivos, propios del recién nacido, se presentan desde
el nacimiento y pueden producirse incluso antes. Si el infante es neurológicamente
sano, los reflejos primitivos se integran, es decir, se retiran o desaparecen
debido a que la maduración de la corteza inhibe sus manifestaciones,
en diferentes momentos del primer año. La presencia o ausencia de reflejos
primitivos en la edad o momento apropiado son signos importantes de un desarrollo
neurológico normal o anormal. Algunos de estos reflejos son el prensor
de las manos, el reflejo de Moro o sobresalto, el reflejo de Babinski caracterizado
por un movimiento particular de los dedos al estimular el pie, el reflejo de
succión y hociqueo, etc. Otros reflejos de protección tales como
la tos, el estornudo, parpadear o tiritar permanecen para asegurar la sobrevivencia,
por lo que, evidentemente, no constituyen reflejos primitivos.

Durante su desarrollo, el niño debe adquirir habilidades psicomotoras
en tres aspectos:

- psicomotricidad gruesa, referente al movimiento y equilibrio del cuerpo

- psicomotricidad fina, que favorece la coordinación visomotora y uso
de las manos

- esquema corporal, que permite al infante conocerse a sí mismo.

Desde los primeros días de vida, el niño supera etapas importantes
del desarrollo. El recién nacido insiste en levantar y sostener su cabeza,
lo cual da fuerza a la musculatura de cuello, espalda y las extremidades superiores.
Sostener la cabeza es fundamental para lograr todas las destrezas motoras posteriores.
Cuando sostiene la cabeza el bebé se apoya en sus antebrazos y lleva
a cabo pequeños desplazamientos sobre su abdomen, para llegar después
a balancearse sobre manos y rodillas, pasando de un gateo incoordinado a uno
seguro, veloz y con soltura. El gateo es el estado final de un tipo primitivo
de desplazamiento y uno de los pasos más importantes del inicio de la
marcha.
El niño después se pone de pie, sostenido, y da pasos sobre este
apoyo; paulatinamente puede independizarse al caminar y poco a poco se enriquecen
sus habilidades motoras. De ahí la importancia de proporcionarle las
condiciones que lo ayuden a ejercitarlas. Todas las fases de la locomoción
permiten a su vez que aprenda nociones del espacio, y de la distancia existente
ente él y los objetos del ambiente que lo rodea; para conocer una distancia
y un tamaño no es suficiente "ver" sino "moverse".
Las habilidades de motricidad fina se estructuran en los primeros meses de vida,
con base en los esquemas de reflejos simples que existen en el recién
nacido quien no ha tenido contacto directo con experiencias. Así, el
simple reflejo de succión que aparece al estimular el área de
la boca, se transforma posteriormente en una búsqueda táctil activa
que reemplaza a la actitud pasiva inicial. La experiencia empieza, así,
a dictar diferentes tipos de acción. Por ejemplo, los movimientos de
las manos en un momento dado se transforman en puntos de atención para
mirar, y los objetos, antes carentes de significado, se vuelven estímulos
para ver, alcanzar y manipular; son los inicios de la coordinación del
ojo y la mano. La adquisición de una destreza sirve de punto de partida
para otra. Cuando en los primeros meses un bebé sujeta algo, no utiliza
los dedos índice y pulgar, sino los otros tres dedos y la palma de la
mano; este tipo de aprehensión es una reacción automática,
debido a las sensaciones recibidas en la palma y, además, el bebé
muy pequeño no puede "soltar" el objeto voluntariamente. Después,
se integran y organizan las sensaciones del tacto con las de músculos
y articulaciones para desarrollar gradualmente movimientos de pinza más
eficientes con la oposición del dedo pulgar. Otro logro importante, alrededor
del cuarto mes, es juntar las manos al frente, pues implica la coordinación
de ambos lados del cuerpo. Alrededor del quinto mes el bebé sostiene
un juguete en cada mano y golpea uno contra otro.

El esquema corporal, según Vurpillot, "es una estructura adquirida
que permite que un sujeto pueda presentarse a sí mismo, en cualquier
momento y en toda situación, las diferentes partes de su cuerpo, independientemente
de todo estímulo sensorial externo. En ella reside no sólo la
posibilidad de tomar conciencia individual de cada parte, dedo, nariz, rodilla,
etc, sino al mismo tiempo el sentimiento de pertenencia de todos estos elementos
a un único ser"2. El esquema corporal se encuentra incluido en la
percepción del espacio, cuando se construye un marco interno de referencia
en donde cada parte del cuerpo se ubica en relación con las otras, y
años después, alrededor de los seis o siete años, en la
distinción entre izquierda y derecha en sí mismo y, alrededor
de los ocho o nueve años, en relación con otro individuo.
El esquema corporal es un proceso en constante evolución; tiene una parte
biológica constitucional y otra evolutiva. Esta última se evidencia
en el logro de la organización postural, en el equilibrio y en la desaparición
e integración de los reflejos primitivos. En todo esto se mezclan estímulos
sensoriales y motrices, así como factores sociales y emocionales.
Por otra parte, la sensopercepción es la capacidad neurovegetativa y
las vivencias o experiencias que le permiten al individuo mantenerse en interacción
constante con el medio, al recibir estímulos por vías aferentes
y emitir respuestas eferentes. Deben estimularse en forma específica
las áreas gustativa, olfativa, visual, auditiva, somestésica,
cinestésica y propioceptiva vestibular.
Desde el momento del nacimiento, los sentidos del niño están listos
para captar y responder a los estímulos. En su caso, la visión
es inmadura por la ausencia de luz dentro del útero materno; durante
las primeras semanas de vida, los recién nacidos ven mejor a una distancia
aproximada de 20 a 22 cms y tienen dificultad para enfocar con precisión
a menor o mayor distancia. El rostro de la madre es el estímulo visual
predominante y preferido del bebé. Puede distinguir el blanco y negro,
y preferentemente mira patrones de líneas rectas y círculos sobre
cuadrados, según las investigaciones de Robert Fantz. En las primeras
dos o tres semanas de vida se presentan episodios de "atención obligatoria"
que lo hacen mantener por periodos prolongados la mirada fija y que posteriormente
se reducen.
Hacia los tres meses y medio la acomodación visual del bebé se
acerca a la del adulto. Una de las principales habilidades por estimular es
el seguimiento visual primero con movimientos de los ojos y después de
la cabeza.
En lo referente a la audición, desde la vida intrauterina el niño
se encuentra en un ambiente sonoro, debido a que los líquidos que lo
protegen y rodean producen ondas sonoras con su movimiento. Desde su nacimiento
recibe más experiencias de su ambiente que estimulan sus capacidades
de localización, discriminación, identificación y selección
de sonidos, ritmos, memoria auditiva, etc.
Las sensaciones gustativas y olfativas se relacionan íntimamente y en
el recién nacido y los niños pequeños la principal estimulación
es el olor materno y la alimentación.
Las sensaciones somestésicas se refieren a toda la información
recibida por el tacto. Desde recién nacido el niño interpreta
algunas de las sensaciones de su cuerpo y responde con movimientos reflejos;
aunque estas reacciones son automáticas, las sensaciones deben integrarse
para que el reflejo ocurra con un significado y propósito. Así
mismo, en el bebé, las sensaciones táctiles son una fuente fundamental
de satisfacción emocional. El contacto de la piel entre la madre y el
niño es esencial para el cerebral y para el desarrollo del vínculo
de la madre y el hijo. Es importante estimular con consistencias, texturas,
espesor, temperaturas, presión y contacto, y ayudar al niño a
identificar y ubicar sus sensaciones de dolor.
Las áreas cinestésica y propioceptiva vestibular se presentan
juntas debido a la semejanza de sus estímulos y respuestas, aunque se
encuentran en órganos sensoriales diferentes. La cinestesia se ubica
en los receptores de los músculos, tendones y articulaciones, e interpreta
la extensión, presión y tono muscular, mientras que la propiocepción
vestibular se halla en los canales semicirculares del oído y se encarga
de captar la información para mantener el cuerpo en relación con
la fuerza de gravedad y el equilibrio. Ambas contribuyen a la precisión
de los movimientos y a la posición corporal.

LENGUAJE

El manejo del habla no es sólo una cuestión de aprendizaje, sino
que se relaciona con la maduración. La capacidad de hablar de un modo
claro y comprensible constituye un requisito fundamental para la integración
del individuo a la sociedad, y cualquier problema que impida esta posibilidad
acarrea consecuencias negativas en la vida de la persona.
El lenguaje se desarrolla de forma natural y espontánea y proceso respeta
leyes semejantes en todos los niños. Existe un periodo básico
para la iniciación del habla, llamado pre-lingüístico,
y que empieza con el llanto como primera forma de comunicación. En la
medida en que éste muestre diferentes intensidades, patrones y tonos,
expresará necesidades de diferente índole. Existen también
sonidos bucales y guturales diversos que se producen al principio espontáneamente
y en forma aislada, y que después se tornan repetitivos (balbuceo). De
los siete a los 12 meses imitan "accidentalmente" sonidos producidos
por ellos mismos u otras personas; cerca de los nueve meses imitan sonidos deliberadamente
aunque no los entiendan y llegan a la pronunciación de sílabas
y emisión de las primeras palabras al final del primer año de
vida.
Una vez que los bebés tienen un repertorio primario de sonidos, los unen
de manera que suenan a lenguaje pero sin significado. Aunque este discurso prelingüístico
no representa conceptos específicos, por lo que carece de importancia
semántica, es significativo por expresar una amplia gama de emociones
a través de diferentes entonaciones emocionales. La producción
de sonidos requiere del uso de ciertos órganos: nariz, garganta, control
de los músculos de la lengua y las mejillas, etc. Con la primera palabra
se inicia el discurso lingüístico.
Al final del primer año de vida, el niño entiende gran parte de
lo que se le dice, aún cuando su capacidad de expresión verbal
es considerablemente menor.
Después de tener una visión del desarrollo del niño en
el primer año de vida, es importante conocer algunas pautas generales
de estimulación; recuérdese, no obstante, que la creatividad es
el mejor de los recursos. Los siguientes ejercicios se basan en las recomendaciones
de Margarita Nieto en su Guía para estimular los primeros años
de desarrollo del niño.



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